La lluvia ha vuelto y me desintegra como
una semana lo hace a un finde.
Camino y camino por las largas calles de la
veloz metrópolis. Los edificios me observan y el concreto no puede ser más
real. Tanto así que se me pierde el cielo.
Las visitas siempre son extrañas pero hay
ocasiones donde la ejecución de la misión es más efectiva si el tecnicismo es
pegajoso, que el cuerpo pida baile y el humo sea un perfecto amante.
El
tibio calor del sol cuando se apaga – Reina Luisa
Las máquinas nunca me habían hecho tanto
sentido, me convertí en engranaje cotidiano. Reviso el celular, miro la hora y
apuro el paso, tengo que llegar.
La velocidad de los ojos no parece ser
suficiente, la ciudad es una cerca, ¿cómo pasar?
Los buenos muchachos me calman con sus
palabras mientras la gente modela a su estilo.
La pasarela es enorme esta vez, suena solo y la bohemia es un trueno.
Aún queda luz en esta calle.
En qué momento me solté de sus manos?
Pensé. Hay apondedip parece… mejor me
callo.
La noche es una musa y su color me pesa. No
es momento para rabias, la vida nunca espera. Lo tengo más que claro pero ¿es
acaso un algo del que debería estar pendiente? Debería estar corriendo como
loco todos los días…bajo la piedra está la oportunidad.
Comienza 500 años y tomo un respiro. Estoy ni tan cerca ni tan lejos. La
noche anuncia fiesta… pues tengo que reclamar lo que es mío. Se supone que soy
libre ¿no? En caso de inseguridades, da igual... le puedo rezar a alguien.
Me queda muy poco, mis pupilas ya
memorizaron los pasadizos. Encuentro en la última canción una foto, me hace
cuestionarme si era necesario alejarse tanto de casa. Abrazos a mi padre y a mi
madre que de seguro han de estar viendo algo juntos.
Llego. Reviso el lugar, mi ropa se ilumina.
Si, parece que es aquí. El arpegio me lo afirma.
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